La idea primaria de iniciar mi propio negocio nació de la necesidad psicológica y circunstancial de contar con una independencia económica y cierta estabilidad financiera que, además de suplir las necesidades básicas del ser humano cubano, me permitiera vivir holgadamente la vida que quiero vivir; estando más enfocada y concentrada en hacer exclusivamente aquello que me gusta en el ámbito profesional – personal, sin que medie necesariamente la cuestión del “Dinero”, sin tener que prostituir mi “Alma”.
A finales del 2011 aún vivía becada en la UCI, pero tenía un capital disponible para comprar un apartamento en la Habana, mi mayor sueño estaba a punto de cumplirse: Tener un rinconcito propio. En ese entonces yo quería algo en un lugar céntrico, estructural y arquitectónicamente atractivo, donde no tuviera que hacer muchas reparaciones (experiencia nula en tema construcción), y atendiendo al presupuesto constaría de una habitación. Con esos requisitos emprendí la búsqueda en los anuncios clasificados y contraté el servicio de una “corredora” que un amigo me recomendó. Caminé mucho, visité un montón de casas en diferentes lugares de la Habana, hasta que después de dos meses Leticia (la corredora), me llevó a un edificio del año 1900 en el 2do piso de un callejón de la Habana Vieja que yo ni sabía que existía –Cristo 52–. Ella me dijo: “Linet, esto Sí es llegar y vivir” (no era tan así), por un precio muy atractivo tendría dos cuartos naturales (¡no barbacoas!), 3 balcones, sala-comedor amplia, baño y cocina, en el mismísimo casco histórico; te queda un fondo para amueblarla, arreglar las dos o tres boberías (tampoco era tan así) y ¡podrías incluso ganar dinerito alquilando una habitación a extranjeros muchacha! Ahí comenzó todo. Una ecuación se dibujó en mi mente muy rápido: Joven profesional + Casa + Negocio propio = Autonomía = Libertad de hacer. Un conjunto verdaderamente atractivo.
Pues así fue; compré la casa. Con Dios y ayuda logré terminar las reparaciones que ascendieron a casi el total del precio de compra, y al final, otra idea se instaló en mi mente: No podría alquilar a extranjeros con un baño compartido, mi tan esperada privacidad se vería afectada completamente, al final el edificio seguía siendo del 1900, mi apartamento una vieja con coloretes y, dentro de un par de años iba a tener que emplear unos cuantos CUC más (que no tenía) para volver a reparar todo aquello. Este es el momento de vender –Me dije– y comprar un lugar con mejor distribución que me permita alquilar sin perder mi espacio, o comprar dos apartamentos para rentar uno y vivir en el otro. Ahí comenzó todo de nuevo, un poco más estresante que la primera vez pues los requerimientos eran mayores y había mayor cantidad de dinero en riesgo para invertir. Cuatro meses después de tener un comprador para mi casita, tenía unas cuantas propuestas interesantes pero por alguna razón no acababa de convencerme.
Septiembre del 2013; ya con la soga al cuello: O vendía y me rentaba mientras encontrara lo que estaba buscando, o perdería el comprador. Quizá un tanto desesperada, movida por mis miedos y mis inseguridades, encontré un anuncio en Internet que me sedujo bastante por su descripción. Fui a verlo y, en ocasiones todavía me preguntó ¡¿cómo, por qué me decidí por ese sitio?! Solo sé que yo no vi lo que era, sino lo que podría llegar a ser, y eso fue lo que impulsó a soltar instantáneamente casi todos los 20 mil que había adquirido con la venta de mi "palomarcito" de ensueño, en las manos del antiguo dueño de mi actual residencia. Pelo a pelo –se dice cuando permutas o vendes sin dar o recibir algo extra–. Y así de pelada me quedé; con un apartamento en el segundo piso de un edificio Art Decó en Cayo Hueso, de 3 habitaciones, dos baños, sala, comedor, cocina, balcón, recibidor y pasillo lateral semi-exterior, y mil CUC en un sobre para arreglar todo aquello. ¿Pero qué he hecho? ¿Dónde te has venido a meter Linet? ¿Cómo piensas ingeniártelas para transformar este churre? Ahí estaba de nuevo la voz, atormentándome y juzgando como siempre todas mis decisiones. Sí, en parte tenía razón, 1000 pesos convertibles no podían convertir aquella casa en algo digno de vivir, mucho menos para rentar.
Como el cuento de la Cucarachita Martina ·¿Qué me commpraré? el dilema era ¿qué priorizar, qué criterio seguir (confort, metas, paz), cómo distribuir ese dinero para que fructifique? En fin, la gracia me costó unos 3 meses de análisis, cuentas, disgusto, un tanto de depresión y hasta una infección en los riñones combinada con reflujo esofágico. Mi cuerpo colapsó ante tal intolerancia a la situación, y yo ya no aguantaba una cuenta más. Me decidí por el equilibrio, sin salud no podía cumplir tampoco ningún objetivo, así que distribuí presupuesto que obviamente había mermado en, restaurar la cocina (la parte más deprimente), el baño pequeño (inhabitable) y con un poco de ayuda conseguí reunir para arreglar el otro baño que dispondría para la renta, finalmente constituida por: habitación doble y baño privado.
A cuatro años de la siembra de la semilla, todavía el árbol ha comenzado a dar sus frutos, mientras yo continúo abonando el terreno, él sigue creciendo y un día no muy lejano, cualquier sacrificio habrá sido coronado. Yo le doy amor, lo alimento, le dedico tiempo y energía, pero sobre todas las cosas, creo en él, y creo en mí.
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